El misterio en Londres
Vila-Matas me ha contado al mediodía que su relación con Londres es un misterio que intuye debido a su incapacidad de hablar inglés. Maese Fernando está allí. Yo sin embargo, me conformo, como Pàmies, con pasearme por esa Europa en forma de cuadrícula y chaflanes. Muchas de las cosas que acontecen por el mundo no suelen ser casuales. A veces las señales se amontonan para formar un bucle vital del que nadie se escapa.
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NO ES COMO LAS DEMÁS
Llama la atención que cuando una película norteamericana contiene un secreto en la trama, las grandes distribuidoras piden a los críticos que procuren no desvelarlo, y éstos obedecen porque la mayoría de ellos son el perro que come de la mano del amo. Pero cuando una película pobrecita iraní como Baran posee una vida deslumbrante que no debe ser revelada, te encuentras con que estos julais destapan el pastel sin ningún tipo de inhibición.
Siempre he creído que los ojos de un crítico deben ser una tumba. Y en el caso de Baran deberían haberlo sido porque posee un tesoro que no debe ser revelado: el secreto de una belleza sutil y de una experiencia asombrosa que debe dejarse en manos del espectador. Porque Baran es una película que maneja un minimalismo argumental que a duras penas cuelga de un único hilo, tan frágil que si se roza antes de tiempo, la película pierde gran parte de su fuerza y encanto. Y eso que Baran no es como el resto del cine iraní. Ni siquiera se parece a la nueva hornada de directores sucedáneos de Kiarostami que surgen de la escuela de Teherán; un cine para el que debes ir predispuesto a entrar en su ritmo y en su forma, y que a menudo sólo juega a ser exótico con la imagen de una familia sentada en una alfombra tomando el té.
En realidad, Baran se parece poco a muchos de esos dramas extremadamente desalentadores. La tensión argumental de Baran, así como su exotismo, están en las preciosas imágenes, en el talento y en la llama secreta que arde detrás de los muros de ladrillo.
Mario Torecillas
Cada viernes en las páginas del suplemento de ocio que acompaña El Periódico de Catalunya nos demuestra que él no es como los demás. El dardo en la cartelera.
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NO ES COMO LAS DEMÁS
Llama la atención que cuando una película norteamericana contiene un secreto en la trama, las grandes distribuidoras piden a los críticos que procuren no desvelarlo, y éstos obedecen porque la mayoría de ellos son el perro que come de la mano del amo. Pero cuando una película pobrecita iraní como Baran posee una vida deslumbrante que no debe ser revelada, te encuentras con que estos julais destapan el pastel sin ningún tipo de inhibición.
Siempre he creído que los ojos de un crítico deben ser una tumba. Y en el caso de Baran deberían haberlo sido porque posee un tesoro que no debe ser revelado: el secreto de una belleza sutil y de una experiencia asombrosa que debe dejarse en manos del espectador. Porque Baran es una película que maneja un minimalismo argumental que a duras penas cuelga de un único hilo, tan frágil que si se roza antes de tiempo, la película pierde gran parte de su fuerza y encanto. Y eso que Baran no es como el resto del cine iraní. Ni siquiera se parece a la nueva hornada de directores sucedáneos de Kiarostami que surgen de la escuela de Teherán; un cine para el que debes ir predispuesto a entrar en su ritmo y en su forma, y que a menudo sólo juega a ser exótico con la imagen de una familia sentada en una alfombra tomando el té.
En realidad, Baran se parece poco a muchos de esos dramas extremadamente desalentadores. La tensión argumental de Baran, así como su exotismo, están en las preciosas imágenes, en el talento y en la llama secreta que arde detrás de los muros de ladrillo.
Mario Torecillas
Cada viernes en las páginas del suplemento de ocio que acompaña El Periódico de Catalunya nos demuestra que él no es como los demás. El dardo en la cartelera.
2 comentarios
marquinho -
el que ve toca apuntar-se al paro?...
Chorche -