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La Copa de Europa

multitask

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El próximo martes

El próximo martes

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Ride with me

Ride with me

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Beginning to see the light...

Beginning to see the light...

...en los détours inesperados.

La cicatriz interior

La cicatriz interior

Debería dejar de somatizar mis movidas.

Un mapa

Un mapa

Tenía que ser la vista. Al menos no los dos ojos.

un soplo en el corazón (2)

un soplo en el corazón (2)

Es como si.... Es como si, de repente, la sangre fuera al revés.

Hay que

Hay que

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Eones

Eones

Hemerotecas, trenes, baños nocturnos en la Costa Brava, fotos de playas y piscinas y Foucault, cigarillos infinitos en el Eixample, los soportales de Bolonia, Place Concorde de Marey, el calor húmedo en los cines, todo Jean Vigo, helados de mascarpone, Alains (Cavalier y Delon), la Malvarrosa, Hadjithomas y Joreige, cigarrillos inifinitos en el Carmen. 

Atta Girl

 

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Maniobras de evasión

Maniobras de evasión

Voy a salir, tengo repletos los bolsillos.

 

Todo lo de atrás

Todo lo de atrás

Irse o volver, o a la inversa. Y ahora sucede de nuevo lo mismo, pero en la otra dirección. Me he quitado mucho de encima pero sigue habiendo de mí en rincones estratégicos. En concreto, en ti, en ti y en ti también.

 

Banda sonora involuntaria (pero con todo el sentido).

Cuentra atrás

Cuentra atrás

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Cultura material de la ciencia disciplinaria

Cultura material de la ciencia disciplinaria

Las correcciones.

Salidas

Salidas

Cierro los ojos y pienso en las salidas contigo de entonces. Qué cosas tiene el tiempo.  

 

 

Mi querido experimentos (con gaseosa)

Mi querido experimentos (con gaseosa)

Amigos que crecen.

Trincheras

Trincheras

Estas son de Paul Nash, de la Primera Guerra Mundial. Me he trasladado de la Italia transalpina al frente oeste. Pero sigo en guerra. 

Del remolino de las hojas

Del remolino de las hojas

 

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The Knick – Temporada 2

The Knick

The Knick

Temporada 2

Publicado el 23.12.15 en NUMEROCERO
por Paula Arantzazu Ruiz
 

Para hablar de la segunda temporada de “The Knick” hay que ir al tajo y ahorrarnos todos los parabienes con respecto a la puesta en escena disruptiva y valiente de Steven Soderbergh y dejar también de lado la fascinación por el universo de la medicina finisecular. Primero porque en estos nuevos diez episodios tanto el cineasta reconvertido a director televisivo y el tándem guionista formado por Jack Amiel y Michael Begler son claros y meridianos con su propósito de conducir la serie hacia lugares ciertamente oscuros. “Esto es todo lo que somos” dirá el cirujano John Thackery (Clive Owen) en el grand finale de la temporada. Esto es, en efecto, todo lo que son: un cúmulo de cadáveres abiertos y exteriorizados, conscientes por fin de la verdad interior de su enfermedad.

Sin ánimo de fastidiar a los espectadores que no hayan llegado todavía al último capítulo, estamos ante un final que consigue que el engranaje de las diferentes subtramas converja en uno solo momento y todo cobre sentido. Para empezar porque en la segunda temporada los personajes se presentan mucho más aislados en sus universos propios que en la anterior. Aquí nos introducimos en las vidas fuera del hospital de los protagonistas, diría que casi nos ahogamos en ellas, y el hospital queda en un segundo plano dramático. No es que “The Knick” no insista en mostrar en cada episodio un caso clínico histórico, pero ahora la serie se centra en enseñarnos la claustrofobia vital y la aridez emocional de las criaturas que trabajan salvando vidas en el pionero centro neoyorquino. Sus arcos temporales están más y mejor trabajados y ofrecen matices inesperados, ya sean mediante giros enternecedores (Thackery, Cleary) o ahondando en los pozos de desgracia y terror de sus existencias (Cornelia, Gallinger).

Que no teman los aficionados al bisturí porque en el segundo round de “The Knick” hay sangre. Pero, y de nuevo, el show de la cirugía decimonónica también se representa de manera ligeramente distinta a la anterior temporada, en la que cada una de las intervenciones tomaba un aliento más o menos solemne, casi de clase magistral. En la segunda, los artífices de la serie apuestan por una espectacularización mayor de las operaciones, de secuencias más cortas, como su fueran cápsulas, pero más sanguinolentas y que, sí, muestran, muestran mucho. ¿Ejemplos? Cuerpos seccionados de par en par en la sala forense, trepanaciones en vivo o manos hurgando en abdómenes.

A diferencia, asimismo, de la temporada previa, Soderbergh se arriesga aún más con la planificación de las escenas y encontramos virguerías como el majestuoso plano secuencia del capítulo 7, “Williams and Walker”, que sigue a las parejas formadas por Edwards (y acompañante) y Bertie junto a su cita entrando en una sala de baile para recular y fijarse en Barrow y Captain Robertson, girar otra vez hacia el matrimonio de Cornelia y Henry y rotar una cuarta vez para regresar al punto de partida y enseñarnos  cómo aparecen en el evento Henry Robertson (Charles Aitken) y Lucy (Eve Hewson), la pareja de la temporada. Puro músculo. Merecen ser reseñados también en estas líneas los planos que juegan al desenfoque o los cuadros vacíos como recursos plásticos recurrentes, sobre todo cuando seguimos a Thackery, en la apuesta estética de Soderbergh, y que rompen con la composición habitual del plano en el medio televisivo. Un bonito ejemplo lo encontramos en el tramo final del capítulo que inaugura la temporada, “Ten Knots”, una sucesión de fragmentos abstractos que desembocan con un barco a la deriva en un mar de un azul inquietante.

Pero, todo sea dicho, nada como su brutal final. Hace algo más de un año “The Knick” nos dejaba colgados en un doloroso hiato, en un espacio suspendido similar a ese largo sueño de heroína en el que estaba sumido Thackery, y ahora, sin embargo, faltan las palabras para hablar del cliffhanger del último episodio. Es algo carnicero, abrupto por insospechado, pero define a la perfección el espíritu radical de la serie. Si la mirada del médico, la que disecciona, es al mismo tiempo la mirada que construye, en palabras del filósofo Michel Foucault en su indispensable “El nacimiento de la clínica”, en estos diez capítulos encontramos a un Thackery que se atreve a revertir esa máxima haciendo que esa mirada clínica no sólo deje de diagnosticar, es decir, deje de construir discursos médicos, sino que destruya. Lo destruya todo. O casi, porque ya se ha firmado por una tercera temporada. 

 

 

The Knick – Temporada 1

The Knick

The Knick

Temporada 1

Publicado el 21.10.14 en NUMEROCERO
por Paula Arantzazu Ruiz
 

Los hermanos Lumière realizaron la primera exhibición pública del cinematógrafo en el  Salon Indien du Grand Café de Paris en diciembre de 1895 y tan sólo tres años más tarde, el parisino Eugene L. Doyen filmaba también en la capital francesa la primera operación quirúrgica, inaugurando así el fértil pero desconocido vínculo entre cine y clínica. El cinematógrafo acabaría por sustituir, en parte, al anfiteatro anatómico, suerte de escenario donde el maestro anatomista y cirujano enseñaba esas disciplinas al alumnado; pero mucho antes de que la cámara se introdujese en la sala de operaciones y en el cuerpo humano para desvelar sus misterios y mucho antes de que el cuerpo médico se estableciera como la institución que es a día de hoy, los cirujanos sólo podían contar con su destreza con el bisturí, sus conocimientos anatómicos y su atenta mirada. Con la llegada del siglo XX, también muchos tuvieron la ayuda de gramos y gramos de cocaína.

Steven Soderbergh y el tándem formado por Jack Amiel y Michael Begler han trasladado su serie The Knick para Cinemax a un espacio que no es estrictamente la ficción hospitalaria, conjugando el drama de época con el cine médico y sumando a ello un discurso crítico con las prácticas poco claras de los médicos de entonces en aras del progreso científico. La medicina no es cómo solía ser en el Nueva York de 1900, reza el eslogan promocional del show y su propósito de enseñarnos cómo era ésta en el Knickerbocker, The Knick, un hospital que se ocupa de los más desfavorecidos de la ciudad gracias a la filantropía de la clase alta neoyorquina, lo cumple con creces. En el primer episodio, Method and Madness, somos testigos de una operación de cesárea en la que el bisturí secciona longitudinalmente el abdomen de la paciente en primer plano y no es baladí el haber escogido ese caso de estudio como el inaugural a ojos de los espectadores. La obstetricia no era un área de interés anatómico ni quirúrgico hasta bien entrado el siglo XVIII, pero a partir de entonces se convirtió en obsesión de los cirujanos obtener el conocimiento de poder dar a luz y prueba de ello, por ejemplo, es el trabajo de los británicos John y William Hunter con sus manuales anatómicos sobre el feto humano. En el teatro anatómico de The Knick, no obstante, en vez de ver un alumbramiento y vida, asistimos durante el arranque de ese primer capítulo a un espectáculo de sangre, frustración y muerte.

The Knick comienza, así pues, como una carnicería que no tiene miedo a enseñar vísceras ni fracaso, aunque no tarda en revelarse como una ficción narcótica, donde la adicción a las drogas del Doctor Thackery (interpretado por un Clive Owen abrumador) acaba reclamando el protagonismo de la escena al son de la hipnótica (y anacrónica) banda sonora de Cliff Martínez y bajo la mirada de la no menos narcótica steadycam manejada por el propio Soderbergh. El personaje de Thackery, inspirado en el médico estadounidense William Stewart Halsted, apenas se aleja del rol de antihéroe consumido por su propia ambición y por su megalomanía, con un pie en la sala de operaciones y otro en el salón de opio que regenta el mafioso Ping Wu (Perry Yung), pero su caída es fascinante incluso cuando bordea los límites del cliché de genio atormentado y obsesionado por el reconocimiento profesional. La arrogancia de Thackery ha de comprenderse ya no como un rasgo de su carácter, sino como algo propio entre el gremio: en una época en la que apenas quedan zonas del interior del cuerpo humano por descubrir (y colonizar), cualquier innovación en materia de protocolo quirúrgico podía suponer la posteridad y el apellido rubricado como nombre a un procedimiento operatorio (como se deja claro en el sexto episodio Start Calling Me Dad). Incluso el Doctor Algernon Edwards, encarnado por André Holland, tampoco puede esconder su prepotencia profesional, máxime cuando es una y otra vez despreciado por sus colegas a causa del color de su piel.

Agenda revisionista

No nos engañemos, The Knick es asimismo una serie con una fuerte agenda revisionista en términos de género y de raza, que explora el campo de la medicina a través de la mirada masculina blanca y heterosexual, pero también experimenta tramas sobre la inclusión y la exclusión en la institución de cuerpos sociales marginales como los afroamericanos y las mujeres. Es una cuestión que también aparecía en Efectos secundarios (2013), la anterior película de Soderbergh, y aquí la dupla Soderbergh - Amiel y Begler apuesta por una narración coral, pese a la fuerte presencia de Thackery en el conjunto del relato, con el hospital como escenario de la lucha de cada uno de los personajes por su propia visibilidad o invisibilidad. Cornelia Robertson (Juliet Rylance), hija del principal benefactor del centro y responsable de la asistencia social, ansía su propia emancipación profesional en una época en la que las mujeres de clase alta estaban absolutamente relegadas como fuerza laboral; la enfermera Lucy Elkins (Eve Hewson) trata de mantener oculta la adicción de Thackery así como la relación sentimental entre ambos; la hermana Harriet (Cara Seymour) es una monja católica que de día trabaja en el orfanato del hospital y de noche practica abortos clandestinos; mientras que Eleanor (Maya Kazan), la esposa del Dr. Gallinger (Eric Johnson), sufrirá las inclemencias de la institución a las que muchas mujeres fueron expuestas al ser diagnosticadas como histéricas en el mejor de los casos.

Y mientras cada uno de los capítulos aborda objetos de estudio clínicos o subraya aspectos desconocidos de la historia de la medicina (en They Capture the Heat se visita a un barbero, responsables de operar el cuerpo humano antes de que los cirujanos se encargaran de esa tarea médica; mientras que en Crutchfield, el último episodio, se atreven con una trepanación en carne viva), los conflictos sociales ocupan el que quizá es uno de los episodios más intensos de la temporada: en Get the Rope se plasman los disturbios raciales que tuvieron lugar en agosto de 1900 cuando un afroamericano, Arthur Harris, asesinó a un policía encubierto tras haber acusado a su novia de prostituta, y las protestas invaden los pasillos de The Knick, poniendo en juego la propia vida del equipo médico y de los pacientes.

Resulta difícil concretar los muchas aspectos destacables de The Knick en un solo texto, como se puede apreciar en la longitud de esta crítica, y a todas luces esa es la principal virtud de la serie. En un momento en que la historia de la medicina parece llamar la atención de los creativos y programadores audiovisuales –El pasado verano la BBC emitía The Beauty of Anatomy, un recorrido documental por los principales hitos del arte anatómico, y AMC tiene en postproducción Knifeman, basada en la biografía de Wendy Moore sobre el cirujano John Hunter-, The Knick abre vía y se posiciona como uno de los trabajos televisivos del año. Pocos dudarán de ello cuando finalmente tengan frente a sus ojos el último capítulo de la temporada, una suerte de avalancha al ralentí de desenlaces y enfrentamientos que deja a todos y cada uno de los protagonistas enterrados en un dramático cliffhanger de pavor y tristeza a la vez que encerrados en un círculo vicioso del que parece complicado salir indemne. Cinemax ya se ha comprometido con una segunda temporada -su emisión está prevista para el año que viene- así que sólo cabe pedir que no bajen la guardia y regresen con una disección de la institución aún más profunda y dolorosa. 

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