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La Copa de Europa

Holy Motors

Holy Motors

Masterclass del cineasta en Locarno

El gesto en Léos Carax

Paula Arantzazu Ruiz

En una de las escenas más brillantes de Holy Motors, Michel Piccoli, desde la distancia que proporciona el larguísimo interior de la limusina protagonista, le pregunta al personaje de Denis Lavant qué es lo que le hace continuar en ese teatro sobre ruedas al que dedica su existencia. Sin mirar a su interlocutor, Lavant le responde directo y con tono molesto: “Lo mismo por lo que comencé: por la belleza del gesto.”

Señala Giorgio Agamben que el cine hace que las imágenes regresen a la patria de los gestos y ahí es donde Léos Carax pretende volver con su última película. No en vano Holy Motors arranca con una cronofotografía de Étienne-Jules Marey- un niño corretea de lado a lado del cuadro durante los títulos de crédito-, aunque el público, que debería anonadarse con esa imagen, en el plano inmediatamente posterior aparezca dormido, ajeno a la belleza de uno de los momentos fundacionales del cine. A Carax, a estas alturas, poco le importa si la gente se duerme y deja de mirar, porque lo físico y lo gestual, en definitiva, suponen para el cineasta francés, y en consonancia con la sentencia del filósofo italiano, la esencia de lo cinematográfico: Carax pretende regresar al hogar de los gestos no por las mil y una posibilidades expresivas del cuerpo en movimiento, sino porque en el gesto reside la memoria de una pérdida, de aquello que él conoció como cine.

En el pasado Festival de Cine de Locarno, invitado por su entonces director artístico, Olivier Père, Léos Carax, titubeante, cigarrillo tras cigarrillo en la boca y parapetado tras unas gafas negras y un sombrero borsalino, lo expresaba con estas palabras: “Cuando empecé a hacer cine, todavía había cámaras de película, cámara a motor. Tenía unos 17 años y rodaba con una Mitchell: la cámara más grande de todas. También la más hermosa. He rodado mis dos últimas películas con una cámara no más grande que mi cabeza. Sin duda, es muy difícil sentirte poderoso cuando manejas los dispositivos de hoy en día. […] Lo que ves [en Holy Motors] no es sólo mi mundo, sino el trabajo aleatorio del cine digital. En los años 80  y 90 vivimos el final de las grandes cámaras. Al principio del cine, podías notar ese gesto de la máquina, pero en 2012 eso ya no existe, tienes que recrearlo, reinventarlo constantemente”.

Père había invitado a Carax a Locarno para galardonarle con uno de los Leopardos de Honor que otorga el certamen suizo y homenajearle con una retrospectiva que incluía sus cinco largometrajes y el segmento Merde, del tríptico Tokyo! (2008). La invitación era mucho más que una declaración de intenciones: significaba el regreso al ruedo público del cineasta, después de su puesta de largo en el Festival de Cannes. Así, el tímido y esquivo Carax se enfrentaba a un tour de force de una hora en el que tenía que rendir cuentas sobre sus películas y su manera de pensar el cine: “Hablar de cine es como una pesadilla. Y más de día. El cine pertenece a la noche, es de los vampiros, de La noche del cazador...”

Pero Carax no se amedrantó y prosiguió, cigarrillo tras cigarrillo, con el encuentro con su público en el que no habló tanto de cine, sino de unir vida y cine. “Inevitablemente el mundo, la vida entra en mis películas. Una película no es un túnel en el que uno se precipita y se aleja de todo. En algún momento tiene que unirse a la experiencia de la vida. Así que el cine se convierte en algo muy difícil”.

No tan complicada es su relación con Denis Lavant. “Me siento un poco como Tex Avery con Lavant”, diría en Locarno, para luego apostillar que “A Denis no lo conozco para nada. Nunca hemos cenado juntos. No es un amigo”. Y lo cierto es que esa frase en apariencia contradictoria, se llena de sentido en el imaginario del francés. Carax no necesita de otro vínculo con el actor que el de que ejerza de su marioneta convulsa. En Holy Motors, Lavant, en su papel de Monsieur Oscar, de nuevo alter ego del director, se muestra como el cine según lo piensa Léos Carax: como un cuerpo esculpido en gestos de imágenes que remiten a otras imágenes, héroe de un cine del que hoy no queda más que un vodevil de su ausencia.

 

 

Publicado en Cultura/s de La Vanguardia el 21 de noviembre de 2012.

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