Je veux voir: El Líbano revelado
Un texto de Paula Arantzazu Ruiz originalmente en Contrapicado.net. Los cineastas Joana Hadjithomas y Khalil Joreige poseen una mirada insistente. En ella se aúna el compromiso casi vital suyo por ver y mostrar aquello que la urgencia del audiovisual contemporáneo deja fuera de campo, junto a la profundidad de un discurso que pese a sus desafíos formales es al mismo tiempo directo y conciso. En Je veux voir, su última incursión tras la cámara, filman a Catherine Deneuve observando de frente las ruinas del Líbano, el país natal de los directores. Un territorio con un pasado exterminado y con un presente sin ubicación. Es un ejercicio similar al que Roberto Rossellini realizó con Ingrid Bergman en Stromboli (1950), pero aquí, en vez de una Italia ajena al mundo, nos encontramos con una tierra devastada por una guerra reciente (la invasión de Israel en 2007) y apenas recuperada de las batallas fraternales que sufrió a lo largo de 25 años (1975–1990). Y si en el trabajo que unió a Rossellini con Bergman el rostro de la actriz provocaba un contraste de donde nació la modernidad cinematográfica, la faz de Deneuve, uno de los iconos mayúsculos de esa modernidad, sirve en Je veux voir de mecanismo en el que se sustenta el mismo relato: la película se inicia con el reflejo de la francesa en una ventana por la cual se puede intuir a sus pies Beirut, y dos palabras, “Quiero ver”, pronunciadas por la actriz. “La presencia de Catherine causaba una tensión positiva”, explica Joreige. “Nos servía para evocar la historia del cine, pero también nos ayudó a acceder a zonas peligrosas, prohibidas a causa del conflicto”. A través de ella, de la mirada occidental, extranjera, y de la figura cinematográfica, la película se embarca a revelar una realidad oculta, invisible a nuestros ojos: “con su presencia, ella no pretende demostrar nada, no es una protagonista total, sino que es en su mirada donde el espectador se refleja. Je veux voir es un cúmulo de reflexiones constantes, de imágenes del espacio, de Beirut, del Líbano, todas superpuestas en su cara. La pregunta que nos hicimos como punto de partida fue ¿qué puede aportar Catherine, como uno de los máximos iconos del cine, de la ficción, a una situación como ésta? ¿Qué puede aportar el cine a una situación tal?”. El rostro del cine y la realidad La ecuación pues de Je veux voir (Catherine Deneuve junto a una visión casi documental del Líbano) posee una función catártica: ella debe restaurar la posibilidad de la ficción en un espacio donde la destructora realidad eliminó todo vestigio de historias. Su rostro ayuda a que el espectador empatice con la situación de derrumbe y funciona a modo de espejo de la ruina y el vacío, pero también, al mismo tiempo, es su presencia la que genera la narración, cierta esperanza de relato, a partir de su encuentro con el Líbano. En El blanco de los orígenes. Cuaderno de textos sobre el cine de Joana Hadjithomas y Khalil Joreige(Festival Internacional de Cine de Gijón, 2008), Gonzalo de Lucas y Núria Esquerra proveen una suerte de genealogía visual y escrita sobre el vínculo entre el primer plano femenino ante la violencia muy ilustrativo: “El sufrimiento en un rostro femenino surgió de pronto, junto a los primeros planos: se trataba de explorar al máximo, y de cerca, toda la dinámica expresiva y facial de una actriz, de convertir su rostro en un escenario teatral. […] Hay una doble historia en la filmación de las actrices durante el cine moderno. Por un lado, la transmisión, el legado de cuerpos, gestos, poses, ángulos. Por el otro, la forma en la que las actrices debieron enfrentarse a la contemplación de algo doloroso que se proyectaba en su cuerpo –en su presencia real en la película– y al tiempo a la mirada del cineasta que las retrataba, con frecuencia su pareja sentimental. En sus cuerpos, el artificio dramático dejó paso a la inscripción de las huellas, trazos o indicios de lo real en bruto”. Y añaden en concreto a Je veux voir: “Deneuve, icono del cine (Buñuel, Demy, Truffaut, Oliveira, Garrel) es una imagen, una star, que no se ha expuesto a los efectos de ese agotamiento y consumación: Hadjithomas y Joreige no quieren que el Líbano destruya su máscara, ni vaciarla, ni extenuarla, sino que su artificio –su distancia– sea el suplemento añadido a lo real en el que se proyecte la posibilidad de soñar y creer de nuevo en la ficción cinematográfica”. Así pues, la figura de Deneuve permite en Je veux voir una suerte de ficción una vez pronunciadas las dos palabras del título. A éstas, le seguirá el encuentro con Rabih Mroué, originario del sur del Líbano y actor fetiche de la pareja de cineastas, y un viaje en automóvil, él al volante, hacia precisamente el sur del país, zona fronteriza con Israel y territorio que más sufrió los embates de la reciente guerra. Será un periplo sin aparente guión, sólo conocido por el equipo técnico (así lo subraya Joreige) en busca de los signos del derrumbe, impulsado por ambas presencias: “Él en realidad no quiere volver al sur del país. Tal y como lo expresa en la película es como lo sentía. Se siente un voyeur en su país, un turista. Y tanto Catherine como Rabih se necesitan mutuamente para ver, de la misma manera que nos necesitan asimismo a nosotros, a nosotros los directores para filmarlo y a los espectadores para verlo a través de ellos. Se trata de una cadena de miradas para poder acabar viendo”, explica Joreige. “Catherine en ningún momento se muestra ni cercana ni lejana, es pudorosa, construye un espacio entre ella y Rabih, entre ella y el lugar, porque siente que no es la única protagonista. Rabih y el contexto también protagonizan la película. Es un conjunto”. Y continúa: “Los dos viven y sienten cosas a lo largo del viaje, pero por separado. Las viven sin roles específicos. Rabih, por ejemplo, sin el rol de chofer y guía turístico. Si hubieran hablado inglés entre ellos, sí que se hubiera percibido este tipo de convención, pero queríamos, en este ejemplo concreto, que su comunicación no tuviera ningún tipo de filtro. Que fuera directa”. Las otras imágenes Más allá del valor de la figura de Deneuve como mirada que se contrapone y se alimenta de la de Mroué, y de la suma de ambas como génesis de esa ficción que se trenza con la visión documental, Je veux voir es asimismo un recorrido en busca de esas otras imágenes que se escapan del audiovisual cotidiano y que sólo a través de una búsqueda pausada pueden revelarse ante nuestros ojos. Una road–movie en busca de lo invisible enmarcada entre los cristales de un automóvil: “Ese viaje que ambos emprenden es real pero a la vez completamente cinematográfico. El cine es un viaje. No hay mayor metáfora al respecto”. Sucedió hace cinco años cuando Jean–Luc Godard deambulaba por las ruinas de una Sarajevo aún herida en Notre musique (2004). Las correspondencias entre ambos trabajos son palpables, los dos ahondan en territorios bombardeados por imágenes mediáticas y superfluas. Para Godard, filmar Sarajevo se antojaba necesario “porque la ciudad me sedujo después de todo lo que sufrió durante la guerra. Preferí ir después de la guerra, después de que todos los que fueron durante la guerra empezaran a ir a cualquier otro lado. Es más interesante ver cómo el paciente sobrevive, o trata de sobrevivir, y el modo en que se comunica” [1]. Pero Hadjithomas y Joreige son los supervivientes, los que tratan de comunicarse. Esa no es la única diferencia entre ambos largometrajes. Mientras Godard ahondaba en esa obra en una arqueología visual de las ruinas, Joreige y Hadjithomas, Deneuve y Mroué circulan por una devastación transformada en una nada, que se disuelve en la fluidez del mar para siempre (como muestran en la hipnótica secuencia en la que los protagonistas regresan a Beirut, mientras observan los restos de las batallas, ahora chatarra, ruinas, piedras, a través del marco de la ventana del coche, que es asimismo el marco de la pantalla de cine). Los directores buscan nuevas imágenes a partir de esa nada, de ese blanco de los orígenes con el que tan poéticamente titulan De Lucas y Esquerra su compendio de textos para el Festival de Gijón. “El cine rinde cuentas con lo que no se ve” afirma finalmente Joreige. “En nuestro cine, las fronteras, cuanto más difusas, mejor. Es como lo que dice Godard en Notre musique, que el cine es un continente propio”, recuerda. “En la reciente guerra de Hezbollah e Israel, habíamos estado viendo por la televisión 33 días de batallas, cuyas imágenes finalmente no han servido de nada. La imagen televisiva no se cuestiona la complejidad del mundo, busca la eficacia del mensaje. Pero hay algo extraordinario en el cine, cuyo flujo no se pierde, es el espectador quien completa la película. Aquí hay guiños a Belle de jour (1967), a Hiroshima mon amour (1959), también a nuestro propio cine. Funciona en varios niveles de códigos, como si fuera un artefacto con múltiples capas y funciona según el nivel de conocimiento y sensibilidad. El cine que me gusta es el que se pregunta por la complejidad de las situaciones. Cine es esa carretera en Je veux voirque se escapa a los controles militares, esa carretera fronteriza entre Líbano e Israel. Es el intercambio de miradas final entre Catherine y Rabih, ese campo–contracampo de igual a igual. Para mí el cine es un lugar de encuentro”.
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