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La Copa de Europa

La verdad

La inmesurabilidad del universo ya no se encuentra encerrada entre cuatro paredes magníficas, como sucedía en la antigua Alejandría, sino que es la biblioteca, con mayúsculas. La biblioteca borgeana es la fe antropocentrista, cosmopolita y universal. La biblioteca intenta comprender la infinitud de la existencia, la biblioteca es infinita, no distingue lenguajes: “Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?”; en efecto, incluye todas las estructuras sintácticas, ortográficas y semánticas, pero “no un solo disparate absoluto”. Todo tiene sentido en la biblioteca, en el universo.
Borges retoma el discurso universalista promulgado por Goethe dos siglos antes: “...hemos de apropiarnos de aquello que sea bueno, sea donde sea que lo encontremos.”, el concepto de la Weltliteratur en todas sus posibilidades, en su infinitud. Ambos crean un discurso similar en tanto que son productos de posguerra: las guerras napoleónicas (o el intento de imponer el modelo de estado y de cultura del neoclasicismo francés, Goethe, y la Primera Guerra Mundial o la destrucción del sueño imperialista europeo, en el caso de Borges. Su espíritu unificador pero, al mismo tiempo, distintivo es la respuesta al centralismo intolerante y dogmático. Frente a la arrogancia del poder condenatorio, Borges llama a la universalidad, utopía de entreguerras que floreció en la cosmopolita Buenos Aires a lo largo de los años 20 y 30.
La universalidad borgeana es también consecuencia postcolonial, producto del exilio, del desarraigamiento; sin embargo, su discurso transgiversa cualquier rencor, y se convierte en una llamada a lo que une el género humano, eliminando cualquier frontera ideológica, geográfica, histórica y cultural. ¿Cuál es ese principio unificador? Toda la existencia del hombre ha sido una búsqueda dentro de un laberinto, galerías hexagonales que se pierden hasta el infinito, libros que contienen todo el saber, la verdad; la búsqueda del libro de libros, el compendio perfecto de todos los demás... “Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: la biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.”

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