Las Luces Inalámbricas
" Había captado el instante a partir del cual la luz, habiendo tropezado con un acontecimiento verdadero, iba a apresurarse hacia su fin. Ya llega, me dije, el fin viene, algo sucede, el fin comienza. Estaba embargado por la alegría. "
Maurice Blanchot murió el año pasado. En sus casi cien años de vida, este novelista, ensayista y crítico literario francés ahondó en la solitaria experiencia que rodea la escritura. La escritura como un acontecimiento existencial,que nos conduce hacia lo irrepresentable, un juego de ausencias presentes y de presencias que están fuera de campo, de palabras que vienen y van, que se esperan para con el tiempo y que por ser esperadas así llegan a olvidarse. La escritura interrumpe el tiempo para volver a interrumpirse a sí misma. Un juego ensimismado al que se llega por la fatiga vital. Porque para Blanchot escribir es el acto que te arrastra hacia el abismo, vertiginosamente hacia la muerte. Y por ello, al girar la vista hacia la obra acabada, es nuestra pretensión última, inútil, la de llenar de vida algo que no es más que una estatua de piedra, un ente que parece haberse ido matando durante el camino. Un paso (no) más allá.
Este camino que Blanchot dibuja hacia el abismo se afirma críptico, fragmentado: un camino que se desdice, porque todo parece estar dicho ya. Un camino que reniega de la propia palabra en su más desesperado intento de vivir, en su más desasosegado aliento por expiar lo que ya se ha repetido en otras vidas y en otras muertes. El eterno retorno nietszcheano concentrado en un espacio sin tiempo aparente, entre el recuerdo y el olvido, de-escrito como un fundido negro entre las palabras del texto. En realidad, el camino hacia el abismo es un completo fundido negro en el que se aprecian algunos destellos: la noche iluminada por luces inalámbricas. Es el momento antes del Olimpo, Kronos devorando y expulsando a sus hijos en un acto que se reitera hasta el infinito.
Maurice Blanchot murió el año pasado. En sus casi cien años de vida, este novelista, ensayista y crítico literario francés ahondó en la solitaria experiencia que rodea la escritura. La escritura como un acontecimiento existencial,que nos conduce hacia lo irrepresentable, un juego de ausencias presentes y de presencias que están fuera de campo, de palabras que vienen y van, que se esperan para con el tiempo y que por ser esperadas así llegan a olvidarse. La escritura interrumpe el tiempo para volver a interrumpirse a sí misma. Un juego ensimismado al que se llega por la fatiga vital. Porque para Blanchot escribir es el acto que te arrastra hacia el abismo, vertiginosamente hacia la muerte. Y por ello, al girar la vista hacia la obra acabada, es nuestra pretensión última, inútil, la de llenar de vida algo que no es más que una estatua de piedra, un ente que parece haberse ido matando durante el camino. Un paso (no) más allá.
Este camino que Blanchot dibuja hacia el abismo se afirma críptico, fragmentado: un camino que se desdice, porque todo parece estar dicho ya. Un camino que reniega de la propia palabra en su más desesperado intento de vivir, en su más desasosegado aliento por expiar lo que ya se ha repetido en otras vidas y en otras muertes. El eterno retorno nietszcheano concentrado en un espacio sin tiempo aparente, entre el recuerdo y el olvido, de-escrito como un fundido negro entre las palabras del texto. En realidad, el camino hacia el abismo es un completo fundido negro en el que se aprecian algunos destellos: la noche iluminada por luces inalámbricas. Es el momento antes del Olimpo, Kronos devorando y expulsando a sus hijos en un acto que se reitera hasta el infinito.
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