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La Copa de Europa

¿A quién pertenecen las imágenes?

¿A quién pertenecen las imágenes?

Los listos de la clase. Dos magníficos videoclips realizados por estos lares y estrenados antes de la elipsis navideña han vuelto a remarcar una evidencia incuestionable: cómo la apropiación de las imágenes hace palpitar y poner en marcha el relato audiovisual contemporáneo. El primero, Invisible Lights, de Nicolás Méndez para los neoyorquinos Scissors Sisters, hace del homenaje bandera y recrea muy nobles referencias (de Buñuel a Clouzot o Hitchcock) en una suerte de continuo tableaux vivant alucinado, alucinante y extremadamente placentero para connoisseurs cinematográficos. El segundo, Polivideo de Río por no llorar, a cargo de Rafa Cortés para los barceloneses Delafé y Las Flores Azules, funciona como una sinfonía de planos y contraplanos filmados por los asistentes al concierto que la banda ofreció en Barcelona en abril del año pasado y recogidos por el cineasta, que a modo de director de orquesta los ha editado y ultimado para dotar a ese cúmulo de fragmentos de una narración coherente en busca de la emoción. 

Si a primera vista no podría haber dos clips de estética más antagónica que éstos, les une que ninguno de sus realizadores posee las imágenes con las que trabaja, eso sí, de manera completamente contraria: Méndez se ciñe al subrayado enciclopédico, propio del pastiche posmoderno que aún colea, Cortés bucea en nuevas posibilidades de apropiación audiovisual, con la idea de la colaboración social (muy de estos tiempos 2.0) como ética de su trabajo; Méndez nos enseña la reproducción del que podría ser su santuario del cine, impone al espectador, al fin y al cabo, su gusto, su canon fílmico; Cortés trata de decirnos que todas las imágenes que se ven tienen un mismo valor, horizontal, democrático y, a la sazón, reciproco, no sin dejar de lado, por supuesto, su papel como demiurgo en todo ese sarao. Tan lejos y tan cerca ambos, sus propuestas resumen el devenir de la imagen hoy en día: de mano en mano y de pantalla en pantalla.

Lo que sé de los vampiros. Estoy haciendo este documental porque no quiero interpretar nunca más el papel de Joaquin Phoenix”, asegura el mismo Phoenix en un momento de I’m Still Here, documental del menor y más guapito de los hermanos Affleck, Cassey, que retrata el par de años de transformación del actor en cantante de hip-hop. Da igual saber que el filme es falso, es decir, que Phoenix jamás pensó en convertirse en rapero para encontrarse a si mismo o las miles de imbecilidades que realiza delante de la pantalla, la gamberrada de Affleck y del actor es de una astucia asombrosa. No sólo por ridiculizar a lo largo de ese tiempo a los medios de comunicación (sin duda el argumento más frívolo de todos), sino porque someterse al abandono tan radical de la imagen de uno mismo, y más en el caso de una estrella de Hollywood, no es ya atrevido, sino suicida. Phoenix se deja vampirizar por la cámara de tal modo que la representación de su broma acaba por desdibujar las fronteras entre lo que es cierto y lo que no lo es, lo que se ve y lo queda fuera de campo, lo que aparece en los medios y el registro doméstico, lo que ciegan los flashes y lo aparece en la intimidad, lo de fuera y lo de dentro... Esa reversibilidad, esa doblez en la que se cimienta el trabajo provoca confusión y desconcierto, pero sobre todo busca reflexionar sobre el poder de la imagen y su capacidad por hacer suya y sólo suya y sin piedad todo cuanto atrapa la cámara.

Parapetado tras la roñosa barba y las gafas de sol, en Miami, una de sus pocas actuaciones en el que es su nuevo rumbo artístico, Phoenix insiste en cantar “I’m still here”, tema que da título a la cinta, y llegados a esas alturas del filme uno ya sabe que Phoenix no está allí, que su deconstrucción ha llegado en esta mise en abîme hacia el infierno a un punto de no retorno. Después de dos años de locura situacionista, la secuencia de paulatina desaparición de Phoenix que cierra la película resume ese borde traspasado por el actor: ahí empieza a extinguirse la broma de director e intérprete, pero además se comprende que tras esa intensa impostura gonzo, a Phoenix no le pertenece ya no sólo su cuerpo, ni siquiera su sombra.

 

Paula Arantzazu Ruiz

Artículo aparecido en Sigueleyendo en enero de 2011.

 


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