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La Copa de Europa

We Can't Go Home Again

We Can't Go Home Again

’We Can’t Go Home Again’ comienza con la Convención de Chicago de 1968. Con los ocho de Chicago. Antes de la proyección de la película, Susan Ray dijo algo muy bonito, por emocionante, sobre cómo nuestro presente de disturbios está unido a ese pasado de disturbios de manera circular, como si el fracaso de entonces significara la nueva oportunidad del hoy. Desde el oasis universitario, un espacio utópico, de libertad, Nick Ray y sus alumnos hacen cine y filman la vida, porque, como dice una de sus alumnas, "en esta película no hay ensayos previos". El conocimiento fluye tal que las emociones, todo se intercambia, se pone en escena, late el sentimiento y paralelamente se van superponiendo texturas, filtros, planos y contraplanos: toda esa experiencia se expande en el tablero de la imagen. Sin embargo, y como adelantan los primeros planos del trabajo, hay algo que oprime y ahoga, hay algo en el cuadro que no puede pertenecerles, algo no liberado, algo que va produciendo una claustrofobia emocional en el espectador.

Personalmente, no puedo evitar teñir de melancólico pesimismo el recuerdo que me produce esa película ni pensar en ella según ciertas similitudes con nuestro hoy en día. Aún más. Como en ’Les amants réguliers’, ’We Can’t Go Home Again’ acaba con un suicidio y con la misma incertidumbre por no saber dónde se estará al día siguiente. No conozco la implicación de Ray en las trincheras del Chicago del 68, pero acertaría si dijera que hay algo que coincide en su mirada y en la de Garrel. En el fondo, es la mirada del derrotado y la del que trata de sobrevivir a esa derrota. No sé si llamarlo resistencia, aunque me sorprende la dignidad con la que son capaces ambos de crear poesía de esas ruinas: en la vida ganan los malos, parecen querer decirnos, pero la cámara y los misterios de la imagen es algo que sólo está reservado a los buenos.

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